martes, 10 de noviembre de 2015

Susana Rojas




Mi propio proceso de escritura

                               Y he aquí que los años han pasado y hemos
                   vivido y olvidado tanto, pero esos pequeños, insignificantes
                       cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la
                               literatura siguen ahí latiendo en nosotros”.
                                                                  Julio Cortázar

foto:a.b.
            Un cuento…la vida se podría pensar que es un cuento…con principio y final; claro que algunos son cortos y otros mas largos, pero al fin un cuento real, que dependen de nosotros las alegrías y las tristezas con las que los condimentamos. Y hablo de condimentos porque hay algunas partes que pueden ser un trago amargo y otras un sabor muy dulce de degustar.
            En uno de los escritos de María Teresa Andruetto leí que un pueblo africano tenia una manera muy original de finalizar los cuentos, y yo diría  que para las culturas que yo conozco, era novedoso; ella cuenta que cuando un narrador llegaba al final de un cuento, ponía su palma en el suelo y decía: “aquí dejo mi historia para que otro la lleve”. Inmediatamente después de leer esto me trasladé en el tiempo pensando en mis recuerdos, en cuántas veces conté historias que yo pensaba que habían quedado allí, en ese lugar, en esa sala, en ese jardín; pero no…si todos pudiéramos ponernos en la cabeza de nuestros oyentes, sobretodo los niños, a quienes les contamos nuestras historias, nuestras anécdotas, descubriríamos ¡cuántos finales fueron un comienzo!, quien sabe cuántas fantasías que los chicos pensaban y trasladaban al interior de su mundo imaginario. 
         Hace algunos años les conté el cuento de “Monigote en la arena” de Laura Devetach, cuánta fantasía y cuánta realidad junta, la propia vida dibujada diría yo; la vida que se queda y la vida que se va….pero porqué no intentar vivirla con todas las ganas, con todas las intenciones de una aventura cada día.       Como ese monigote que decidió jugar dejando de lado el miedo al intento, el miedo a permanecer eternamente; no importa dijo: “Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando”.  El intentarlo cada día, una oportunidad, con cada ocasión de probarnos que podemos enseñar y aprender; acercarlos a  la literatura, a la realidad y a la fantasía, donde a través de imágenes,  sonidos, pueden identificarse con las historias de su propia realidad, enfrentar sus miedos y sus conflictos; expresar sus sentimientos y sus propios pensamientos en un texto escrito, abre las puertas de la imaginación, permite el crecimiento personal y la libertad de crear. Como dice Graciela Montes “Si se trata de ayudar a construir lectores…”, todos podemos escribir lo que nos nazca desde adentro desde nuestro corazón, “…somos todos constructores de sentido. Y, si nos dan la palabra, todos podemos sentirnos, al menos por un rato, el dueño del cuento”. 
 Durante la realización del trabajo pude experimentar miles de sensaciones, recuerdos del pasado y cosas que me imaginé para el futuro; como pensar en que “el camino lector” era nada mas y nada menos que una construcción personal de todo lo que escribimos a lo largo de nuestra vida, descubrir que podía volver a escribir, como hacía… ¡tanto tiempo atrás! cuando me expresaba en un poema un día nublado o de lluvia; esos días me inspiraban para dejar mi corazón en unas pocas líneas con tinta azul.  Y siempre los soles y las arenas doradas giraban como bailarines entre las líneas del papel rompiendo con semejante contradicción en un día de tormenta.
         El paso del jardín a la escuela primaria es un gran cambio, por eso como educadores tenemos la obligación de ayudarlos a cruzar ese puente, hacer de cuenta que es una gran rama de un frondoso árbol que va desde el patio del jardín hasta el patio de la escuela. Con todas las herramientas, para que no duela, para que no se quiebre, para que cuando lleguen sigan jugando como ese monigote que “jugó y jugó en medio de una ronda dorada y rió hasta el cielo con su voz de castañuela. Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento”. (Laura Devetach)





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